La ONU sin maquillaje
Por: Adrián Fernández, en América XXI
Máscaras: la 66ª Asamblea General expuso a la ONU a un descrédito inimaginable. La premura por declarar a la Otan vencedora de la invasión a Libia y el rechazo al derecho palestino a ser un Estado libre, alimentaron exponencialmente los cuestionamientos a la organización y en especial al Consejo de Seguridad. Barack Obama alertó: “la manera como las cosas han sido en Libia es como será en el futuro”. El Alba fue el único bloque que actuó de manera coordinada y coherente. El anhelo de Brasil por liderar el proceso reformista del capitalismo lo puso, inesperadamente, de espaldas a aquellos países de América Latina que denuncian la sinrazón del sistema actual.
Mucho antes de que las voces de los primeros presidentes retumbaran en el hemiciclo de la Organización de Naciones Unidas, en Nueva York, entre el 21 y el 27 de septiembre, los dos temas más importantes de la agenda de la 66ª Asamblea General ya eran caso cerrado: Estados Unidos anticipó tempranamente que vetaría en el Consejo de Seguridad el reclamo palestino para ser considerado Estado independiente; cinco días antes de la primera jornada de discursos, la Asamblea General había reconocido al Consejo Nacional de Transición (CNT) libio como representante en la ONU.
Los integrantes del CNT ocupan desde esos días el asiento de Libia en el órgano multilateral. Sólo la Unión Africana (UA) y la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba) rechazaron la designación. Tres días después, la UA aceptó la decisión de la mayoría, pero el Alba ratificó su rechazo: el asiento de Libia no debería ser ocupado “por una facción o una autoridad de transición ilegítima impuesta por una intervención extranjera”.
La alianza entre Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y Las Granadinas fue el único bloque en la ONU que actuó de manera coordinada, responsable y coherente frente al caso de Libia (y también frente al caso palestino). Entre los pocos países que votaron en contra del reconocimiento del CNT también se cuentan Angola, la República Democrática del Congo y Suráfrica.
“Restaurar la seguridad”
El 16 de septiembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la creación de una “misión política” sobre Libia. La resolución número 2009 incluyó la ayuda para celebrar elecciones y redactar una constitución en el país norafricano. La llamada Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (Unsmil) trabajará en el terreno por al menos tres meses. La resolución incluye “asistencia y apoyo a los esfuerzos nacionales libios para restaurar la seguridad y el orden públicos y promover el Estado de derecho”. Además, desbloquea activos congelados de varias compañías libias y flexibiliza el embargo de armas, al sostener que las restricciones “no se aplicarán” al material dedicado “a seguridad” y a “armas pequeñas, armas ligeras y material conexo de cualquier tipo”.
El broche de esta estrategia se dio, también en Nueva York, el 20 de septiembre, cuando representantes de 60 gobiernos, entre ellos una veintena de mandatarios, proclamaron a Mustafa Al Jeleil como nuevo presidente de Libia. Aquí también prácticamente ningún gobierno del planeta rechazó el reconocimiento como nuevo jefe de Estado de Libia al líder de un heterogéneo grupo de combatientes que logró imponer su fuerza únicamente con el apoyo de toneladas de bombas de la Otan. Una vez más, la excepción fue el Alba (ver recuadro).
Al Jeleil, presidente del autodenominado Consejo Nacional de Transición de Libia, fue recibido como jefe de Estado en una reunión formal en la ONU, donde fue arriada la bandera que rigió durante el gobierno de Muammar Gaddafi. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, reiteró que el Consejo de Seguridad actuó para proteger al pueblo libio de la violencia, mientras que el secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), Anders Fogh Rasmussen, se felicitó por la efectividad de la alianza militar en la invasión aérea que asistió a los rebeldes armados contra las fuerzas de Gaddafi. Horas antes, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, recibió al CNT y sentenció que “Libia es un ejemplo de lo que la comunidad internacional puede lograr unida”.
En los 10 días subsiguientes la Asamblea General hizo eco a decisiones que avalan la tesis de que la hegemonía de Washington sólo se sostiene por las armas y gracias a un séquito de naciones, en un contexto donde la crisis del capitalismo confundió aún más un escenario complejo para la ONU. La vulgaridad de las decisiones adoptadas sobre Libia y los palestinos se volvió insostenible aun para gobiernos adictos o permisivos con Washington. Sólo eso explica que el Consejo de Seguridad de la ONU haya quedado, como nunca antes, en el ojo de la tormenta.
El caso de Libia es paradigmático. Para la ONU, el 20 de septiembre el país africano ya tenía nuevo jefe de Estado. Pero cuatro días más tarde, desde la ciudad de Bengasi, el dirigente del Consejo Nacional de Transición, Mustafa Abdulyalil, reconoció que existen “diferencias de opinión” en el seno del CNT para formar un nuevo gobierno. “Todas las tribus quieren estar representadas en el nuevo ejecutivo”, dijo. Además, una reunión organizada por la “sociedad civil” de Trípoli con el objetivo de recuperar el liderazgo de la capital, desafió el poder del CNT. Pero la razón de fondo de la complejidad política e institucional en Libia fue la resistencia de tropas leales a Gaddafi, que por esos días se traducía en fuertes combates en Sirte, Bani Walid y otras localidades.
Abdulyalil (exministro de Justicia de Gaddafi) admitió que hay sectores que reclaman una mayor participación en relación a su lucha durante los seis meses de conflicto armado. Pero, aclaró, “la resistencia (contra Gaddafi) no es una manera de medir la participación en el gobierno”. Lo cierto es que la ONU clasificó a esta anarquía como una nueva nación y, antes aún, el Consejo de Seguridad desbloqueó cientos de millones de dólares incautados al régimen de Gaddafi para destinarlos a un gobierno que aún no estaba conformado.
“Gozan de protección”
El 23 de septiembre, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, efectivizó el reclamo para que la nación árabe sea reconocida como miembro pleno de la ONU. Esa presentación oficial transformó la jornada en un día histórico para los palestinos y demostró la habilidad política del moderado Abbas para escapar a una maraña de presiones y señuelos tejida en los días previos. “Nadie con conciencia puede ignorar nuestra solicitud de afiliación plena a la ONU. Es hora de que el pueblo palestino tenga su independencia y que acabe el sufrimiento del pueblo en la diáspora. Ha llegado el momento de que nuestros hombres, mujeres y niños tengan días normales”, dijo.
Abbas prometió que Palestina tendrá las fronteras previas al 4 de junio de 1967, lo que incluye Cisjordania, Gaza y Jerusalén este (allí vive casi medio millón de colonos israelíes). “La capital será al Quds Al Sharif”, dijo, al mencionar el nombre en árabe de Jerusalén. Denunció que “las políticas de asentamientos de Israel constituyen una violación de los Derechos Humanos” y alertó que esas fuerzas de ocupación “gozan de protección especial” para el ejercicio de sus acciones ilegales que se han intensificado en los últimos años. Ejemplificó la imposición de un bloqueo en la Franja de Gaza “con ataques aéreos y cañones que representan la guerra de agresión que ya lleva años, y que ha resultado en la destrucción masiva de viviendas, escuelas, hospitales y mezquitas, y ha dejado miles de mártires heridos”. Fue, por lejos, el presidente más aplaudido en los 10 días de exposiciones.
Al discurso de Abbas lo siguió el del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, quien irónicamente propuso al líder palestino reunirse de inmediato y negociar. “Estamos en el mismo edificio ¿Qué nos impide reunirnos hoy y empezar a negociar?, planteó. Luego, afirmó que “los palestinos quieren un Estado sin paz” y argumentó que la nación judía se siente insegura frente a la existencia de un Estado palestino. Tras las ponencias, el ministro israelí de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, dijo que el presidente de la ANP ofreció “un discurso de incitación que no había visto nunca en Abbas”.
En el momento de los dos discursos, el pedido palestino contaba con el apoyo de al menos 128 países, es decir, dos terceras partes de la Asamblea General de la ONU. Pero esa demanda nunca llegó a ser votada porque el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, garante del proceso de diálogo entre palestinos e israelíes, vetó la presentación hecha ante el Consejo de Seguridad.
El veto estadounidense fue confirmado por la cancillería norteamericana a comienzos de septiembre. Por esos días, un fuerte lobby hizo que legisladores demócratas y republicanos pro-israelíes motorizaran una campaña para que el Departamento de Estado retirara la asistencia financiera a la ANP si esta persistía en su reclamo soberano. Este año, la ayuda de Washington a Cisjordania alcanzó a 550 millones de dólares y se proyectaron 513 millones para 2012.
Tras la oficialización del pedido de Abbas, un grupo de 70 legisladores estadounidenses pidió por carta a 31 países a que rechacen las “acciones unilaterales” de Palestina. Para ellos, la histórica solicitud es “una inminente amenaza para la paz en Oriente Medio”. En la misiva, los congresistas piden un voto “en contra de cualquier resolución que permita a la misión Palestina su adhesión plena o como Estado observador ante la ONU” por tratarse de “un esfuerzo desestabilizador y contraproducente”. Muchos de los impulsores de esta nota recibieron dinero de grupos judíos en Estados Unidos, según informó el Centro para Políticas Responsables, una organización no gubernamental que difunde los fondos que manejan los legisladores y otros líderes políticos. El único país de América Latina que recibió la carta fue Colombia, cuyo presidente, Juan Manuel Santos, se limitó a instar al “diálogo entre las partes”.
“¿Para qué sirve?”
El primer mandatario en hablar ante la Asamblea General fue la presidente de Brasil. Dilma Rousseff, quien ratificó su apoyo al reconocimiento de un Estado palestino, rechazó el uso de la guerra para la resolución de conflictos internos y ponderó las políticas sociales aplicadas durante casi una década del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). Concluyó reivindicando un sillón permanente de su país en el Consejo de Seguridad de la ONU, con el argumento de que Brasil ha demostrado ampliamente su compromiso con la paz. Este país es miembro rotativo del Consejo de Seguridad y parte del reducido grupo que impulsa la ampliación de número de miembros fijos de ese organismo, junto a Alemania, Japón e India.
El reclamo de Rousseff (ya lo había hecho insistentemente su antecesor, Lula Da Silva), no fue compartido por ninguno de los países de América Latina que estuvieron representados en Nueva York. Algunos minutos más tarde del discurso de la mandataria, la presidente argentina, Cristina Fernández, se distanció: “no compartimos la necesidad de ampliar los miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Al contrario, creemos que es necesario eliminar la categoría de miembros permanentes y también eliminar el derecho de veto”. En otras ocasiones, Argentina había apoyado el reclamo brasileño como parte de una estrategia común.
Hasta el presidente de México, Felipe Calderón, dejó algunas frases para la posteridad: “México apuesta por una reforma integral que preserve la capacidad de acción del Consejo de Seguridad y permita la rendición de cuentas de sus miembros. No podemos permitir que el máximo organismo multilateral se convierta en la toma de decisiones de sólo unos cuantos”.
El autoasignado mandato de liderazgo mundial de Brasil abrió una brecha impensada en América Latina, apenas tres meses antes de la cumbre de presidentes de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac) que se celebrará en Caracas a comienzos de diciembre próximo. El reciente Congreso del PT (ver Un gigante en la tormenta de esta edición), delineó un objetivo de “Brasil potencia”. El camino es impulsar a los Brics (alianza política y comercial entre Brasil, Rusia, China, India, Suráfrica) como punto de reequilibrio del capitalismo.
El presidente Evo Morales estuvo claramente por encima de las propuestas reformistas. “¿Para que sirven estas Naciones Unidas?”, se preguntó. Pidió “refundar” la ONU y denunció que el Consejo de Seguridad “ha sido cómplice de los bombardeos de la Otan en Irak o en Libia, con el objetivo de apropiarse de los recursos naturales de esos países”. Alertó que, en países donde existen recursos naturales, se preparan intervenciones cuando sus gobiernos y sus pueblos no son pro capitalistas o pro imperialistas.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, no pudo asistir a la reunión anual de la ONU debido a su tratamiento de recuperación del cáncer. Pero envió una carta a las autoridades de la Asamblea General en la que, entre otras cosas, señaló: “es imposible ignorar la crisis de Naciones Unidas. Ante esta misma Asamblea General sostuvimos, en el año 2005, que el modelo de Naciones Unidas se había agotado”.
Ajeno a estas consideraciones, el presidente de Estados Unidos centró su discurso en los “éxitos” de la ONU y puso a Libia como un ejemplo claro del comportamiento del Consejo de Seguridad. “He aquí cómo la comunidad internacional debe funcionar y debería funcionar: las naciones que se unan para buscar la paz y la seguridad, y los individuos que exigen sus derechos (…) la manera como las cosas han sido en Libia es como será en el futuro”.
Siempre sobre Libia, Obama sostuvo: “la promesa en papel de que todos nacemos libres y con el mismo derecho cada vez está más cerca de ser realidad (…) la ONU y sus miembros deben hacer lo necesario para apoyar estas aspiraciones básicas y tenemos más trabajo que hacer en este sentido”. Objetivamente, Obama incurrió en una contradicción cuando, unos minutos antes, había dicho que “la paz no vendrá de resoluciones y declaraciones en la ONU”, en referencia al reclamo palestino.
En otro tramo de su discurso, el mandatario estadounidense amenazó al gobierno de Siria de seguir los pasos de Gaddafi. “La cuestión es sencilla: ¿vamos a apoyar al pueblo sirio o vamos a apoyar a sus opresores? Apoyamos la transferencia del poder que responda al deseo del pueblo sirio y muchos se nos han unido en este esfuerzo; pero por el bien de Siria y la paz y seguridad del mundo, debemos hablar con una sola voz: no hay excusa para la acción. Ha llegado el momento para que el Consejo de Seguridad sancione al régimen de Siria y apoye al pueblo sirio”, lanzó.
Esta sesión de la asamblea general de la ONU volvió a dejar al descubierto arbitrariedades y complicidades. Y viene a confirmar algo conocido: la ONU en general y el Consejo de Seguridad en particular, han sido instrumentos a la orden de Estados Unidos.
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